Actualmente, hombres y mujeres tenemos acceso a la formación universitaria en aparente paridad. Pero sólo es eso: aparente. Los porcentajes globales de hombres y mujeres que encontramos en la universidad son un reflejo de la sociedad, pero hay ámbitos en los que esta «paridad» queda lejos de ser realidad. Así, titulaciones del ámbito humanístico, social o sanitario, presentan, desde la década de los 90, porcentajes superiores de mujeres que de hombres, llegando al extremo de identificar ámbitos de formación mayoritariamente feminizados (educación infantil, educación primaria, enfermería …).
Ahora bien, a medida que nos acercamos al ámbito de ciencias, los porcentajes se posicionan más en el 50/50 aunque, por ejemplo, el de mujeres investigadoras a tiempo completo llega sólo a un 39,1%.
Estas últimas cifras se corresponden con las que se registran en el sector empresarial: sólo el 12% de los ocupados en sectores industriales intensivos en conocimiento son mujeres.
Ante la mejora evidente de la presencia femenina en el conjunto de la universidad y en la carrera investigadora, el porcentaje
de mujeres en carreras técnicas, y consecuentemente en las empresas de sectores tecnológicos no mejoran.
Pioneras
Las primeras escuelas de ingeniería en Cataluña tardaron más de 65 años, desde sus inicios, en tener una mujer en sus aulas. Un panorama similar al del conjunto de España.
Fue en Madrid en 1923, cuando dos chicas accedieron, por primera vez, a los estudios de ingeniería. Sólo una de ellas, Pilar Careaga (1908-1993), finalizó los estudios, y se convirtió en la primera mujer titulada en ingeniería de España. Nunca ejerció como tal, si bien siempre se mostró satisfecha de haber alcanzado su formación.
Años después, Isabel de Portugal Trabal (1924-2014) se tituló en Barcelona. Era la única mujer de un grupo de 35 alumnos. Fue la primera mujer Doctora en Ingeniería Industrial y recibió la Medalla Francesc Macià de la Generalitat de Cataluña por su trayectoria profesional.
Antes de 1980, entre todos los centros universitarios a los que se impartían titulaciones tecnológicas (ingeniería, arquitectura, informática o telecomunicaciones), se titularon 631 mujeres, de un total de más de 35.000 estudiantes.
Tal y como ocurre en ámbitos donde la desigualdad es manifiesta, ha habido pioneras que, con su trabajo y su determinación, superando apriorismos y en algunos casos la manifiesta animadversión de algunos hombres, abrieron el camino.
Es el caso de Hedy Lamarr, que inventó un sistema que permitió desarrollar las comunicaciones inalámbricas (wifi, bluetooth) y el actual GPS. Era inventora, pero se la recuerda por su faceta de actriz.
Stephanie Kwolek trabajaba en DuPont cuando inventó la fibra Kevlar, componente esencial para los chalecos antibalas. Ganó la Medalla Nacional de Tecnología en 1996, pero nunca ha sido propuesta para un Nobel, aunque su invento ha salvado muchísimas vidas.
Josephine Cochrane, nieta del inventor del barco de vapor, inventó el lavavajillas. «Ya que nadie inventa nada para lavar los platos, lo haré yo!»
Beulah Louise Henry, conocida como Sra. Edison, inventó la primera fotocopiadora. Patentó más de 50 inventos, pero su nombre no aparece en los libros de texto.
Mary Anderson obtuvo, en 1903, la propiedad del registro de un invento que permitía limpiar la escarcha del parabrisas de su furgoneta. Actualmente millones de vehículos utilizan su invento.
En España las patentes presentadas por mujeres, inicialmente estaban relacionadas con el ámbito doméstico. Así, Fermina Orduña patentó un carrito para venta ambulante de leche y Candelaria Pérez patentó un mueble «multifunción» que combinaba la cama con mesita de noche, tocador y escritorio. Èlia Garci-Lara Catalán patentó un lavadero mecánico que clasificaba la ropa para su lavado diferenciado.
Fue una mujer española, Ángela Ruiz Robles, la inventora del «la enciclopedia mecánica», que se puede considerar como el precursor del ebook.
Sus nombres a menudo han quedado «escondidos» detrás de la generalidad de «esto lo hizo una mujer». Sin nombre ni apellidos. Sin reconocimiento. Sin visibilidad, ni siquiera con potentes buscadores como sería «google», encontraremos que su existencia ha quedado muy diluida ante los logros de hombres «equivalentes».
La visibilidad y el reconocimiento
Este «rescate» de nombres y datos, quiere ser un intento de restablecer esta baja (a menudo nula) visibilidad que ha perseguido históricamente las mujeres de ciencia y tecnología. Y esta baja visibilidad podemos relacionarla de manera «directa» con la realidad de que, actualmente, parecemos estar lejos de un necesario acercamiento de las mujeres a titulaciones tecnológicas.
No tiene sentido que en ámbitos donde las mujeres demuestran una capacidad y una predisposición manifiesta, avaladas por resultados excelentes y currículums brillantes, el sistema contribuya a que prevalezca una desigualdad que penaliza al conjunto del sistema.
Por eso hay que darle valor y visibilidad a nuestro trabajo y a sus resultados, pero no como una rareza o una excentricidad, sino como la contribución a superar uno de los oprobios menos conocidos de la desigualdad de género.
Hacerlo hoy, a través de un escrito como éste, es también una contribución a esta lucha y un reconocimiento explícito a las mujeres que desarrollan su labor en la ciencia y la tecnología.
Dra. Núria Salán
Investigadora del Centro de Integridad Estructural, Fiabilidad y Micromecánica de los Materiales (CIEFMA UPC), y presidenta de la Societat Catalana de Tecnologia