Hace 10 años el historiador y escritor norteamericano Ken Alder publicó La medida de todas las cosas. Se trata de la aventura novelada de los científicos que, en plena Revolución Francesa, ofrecieron al mundo una de las convenciones más celebradas y útiles: la longitud del metro a partir de la medida del meridiano 0.
Más allá de las peripecias y penalidades de ambos investigadores, que están excepcionalmente reflejadas en el documental de la cadena ARTE Un mètre pour mesurer le monde (en francés), esta historia sirve para hacer hincapié en la necesidad de llegar a acuerdos globales en materia de medición, de organización, y de evaluación de productos y servicios que se usan de manera recurrente en las sociedades modernas, y de cuya internacionalización y gestión supraestatal hace posible la globalización.
Hace poco más de un mes la Oficina de Análisis Económico de los Estados Unidos anunció, junto con otras medidas diseñadas para recalcular el PIB del país de manera más eficiente, que las actividades de I+D pasarán a computarse en este análisis como inversión en vez de como gasto.
Se trata de una iniciativa que está en la línea de lo que ya han hecho otros países como Australia y Canadá, y se espera que la medida se extienda a Europa en 2014 siguiendo las recomendaciones de las Naciones Unidas.
La importancia de este acuerdo habrá que valorarla con el tiempo, pero su sola adopción supone un espaldarazo a las políticas de desarrollo de la innovación a nivel mundial, por el peso de los Estados Unidos en esta actividad y su ascendente sobre el resto de naciones industrializadas.
Este acuerdo es un estímulo hacia el cambio cultural que muchos investigadores, gestores y empresarios reclaman, necesario para desarrollar un modelo productivo que ponga el acento en la innovación, en detrimento de otros parámetros que tienen un doble filo, como por ejemplo el precio.
Muchos testimonios reclaman ver la innovación como una inversión, no como un gasto, ya que los países que más investigan son los que obtienen mejores resultados. En ese sentido, el acuerdo de los Estados Unidos es una señal inequívoca de hacia dónde quiere dirigirse la primera potencia del mundo, también en materia de investigación y desarrollo.
La innovación se aparece entonces como una necesidad, y al mismo tiempo como una oportunidad de resolver problemas estructurales que lastran la economía y retrasan el crecimiento. Se trata de cambiar el concepto de gasto por inversión para una actividad que muchas organizaciones, públicas y privadas, siguen viendo con recelo: modificar la medida de un concepto clave, y hacerlo en medio de algo parecido a una revolución.
Quizás dentro de 200 años alguien escriba la novela.