Por Alícia Casals

La COVID-19 nos ha hecho reflexionar y plantearnos la necesidad de cambiar la manera de vivir, de actuar y de afrontar los retos que como humanidad tenemos. Tanto en el mundo de la investigación como en el ámbito de la empresa, y también impulsado por los organismos nacionales e internacionales, se dedican esfuerzos y recursos a avanzar para ir dando soluciones a problemas sociales y globales. Preocupa, entre otros temas, el cambio climático, el poder afrontar situaciones de desastre o ayudar a las personas mayores o personas con discapacidad, y es evidente que la tecnología y en concreto la robótica son una pieza clave para dar soluciones.
La COVID-19, nos ha cogido desprevenidos, aunque mirándolo a posteriori vemos que era previsible y que teníamos suficientes indicios de que algo así podía pasar. Especialmente en los últimos años también ha habido una creciente sensibilización a la sociedad de que desde los gobiernos y el poder no se actúa con la suficiente decisión para afrontar los retos crecientes del mundo, y la gente ha comenzado a manifestarse ya hacer acciones de lucha para forzar su búsqueda de soluciones.
Centrándonos en la robótica, su evolución nos genera grandes esperanzas de contribuir a mejorar el bienestar de la humanidad, pero también nos ha dado grandes decepciones. Por un lado, esperamos, por ejemplo, que la mayor productividad que aportará la robotización produzca más riqueza y si se actúa con justicia social debería beneficiar a todos. Pero por otro lado constatamos las limitaciones de la robótica en la práctica. Tenemos un ejemplo en la falta de capacidad de respuesta frente al grave accidente de Fukushima de 2011. En este caso se daba la situación que, ya habiéndose contemplado situaciones de desastre como terremotos, explosiones etc. y que se habían hecho grandes esfuerzos en robótica para tener respuesta, no fue así. aunque en Japón se ha avanzado en el desarrollo de la robótica para afrontar grandes retos de la humanidad, un ejemplo es la robótica asistencial para cuidar de las personas mayores en una sociedad que va envejeciendo, no tuvo una respuesta robótica a la altura del nivel de desarrollo tecnológico del país frente a un desastre de tan gran magnitud. Se habían desarrollado robots de rescate, de actuación en casos de emergencia, sobre todo después del terremoto a 5 Kobe de 1995 o del atentado al World Trade Center de Nueva York en 2001. En esta línea, pero, la eventualidad de que ocurra un desastre es tanto incierta que la gran inversión necesaria para afrontar una eventual emergencia que no sé sabe dónde, cuándo y cómo puede pasar, hizo que en Fukushima la tecnología desarrollada no estuviera listo para darles respuesta.
Con la COVID-19 ha sido diferente. Aunque se hablaba hipotéticamente de situaciones como la que ha pasado, que ya ha habido previamente pandemias o contagios masivos en zonas más o menos localizadas y que hacía meses que había comenzado a expandirse la enfermedad en China, no nos preparamos. La falta de respuesta no fue sólo a nivel de grandes equipos como robots complejos, sino en la falta de disponibilidad de elementos tanto simples como las mismas mascarillas.
Y con todo ello, se plantean dos elementos de reflexión. Por un lado, la percepción social de la tecnología y en concreto la robótica y por otro la capacidad de reacción del mercado tecnológico para dar respuestas a necesidades tan evidentes.
Respecto a la percepción social de la robótica, su evolución crea reacciones en sentidos opuestos. Por un lado, la negativa, como los temores: ¿los robots nos sacarán el trabajo?, los robots serán inteligentes y pueden volverse en contra nuestra ?, o ¿los robots deshumaniza el cuidado a la gente mayor o personas con necesidades especiales? Por otra parte, la percepción positiva, la esperanza de contribuciones de la robótica con deseos que van desde que nos limpien la casa, hasta la realización de tareas duras o peligrosas para ser realizadas por personas, como las mencionadas de rescate y recuperación en frente de desastres.
Atándolo con la COVID-19, en que el colapso generado por la gran demanda de personal disponible, sumado al riesgo que ha sufrido este personal en tener que estar en contacto con personas contagiosas, la robótica se plantea como un factor clave. En este caso se hace evidente la prioridad del servicio asistencial urgente frente al factor de humanización en el cuidado, pues la misma enfermedad impide este contacto más estrecho entre la persona cuidadora (y las visitas) y la persona atendida ya la vez la tecnología aporta alternativas digitales para suplir parcialmente esta carencia. El tema del cuidado a las personas con o sin COVID-19, es motivo de debate social. ¿La tecnología deshumaniza? o ¿al contrario ayuda a liberar el personal de cuidado de la rutina y tareas más desagradables y que éste pueda ofrecer atención más humana que no puede ofrecer el robot? Y con todo ello, el resultado de esta atención compartida también ayuda a preservar la autonomía y la intimidad de la persona atendida. La pandemia ha ampliado la percepción de esta necesidad de asistencia. Estamos pues en un buen momento para tratar de favorecer la percepción social de lo que puede aportar la robótica. La respuesta del mundo de la investigación y de la industria a aportar soluciones, desde las más simples como la impresión 3D de piezas para adaptar mascarillas o dispositivos móviles para la comunicación, pasando por respiraderos de vida corta, pero fabricación rápida, hasta robots móviles de desinfección o servicios, ha creado un buen contexto para dar confianza a la tecnología ya la voluntad de la gente a buscar soluciones con gran esfuerzo y rapidez.
Hay, pues, orientar bien la investigación y el desarrollo, buscando soluciones no sólo tecnológicamente viables, sino operativamente prácticas, tanto en cuanto a la operatividad como el coste que puede suponer que el robot sea asequible o no a todo el mundo y crear aún más desigualdades. Esto implica evaluar bien las posibilidades reales de la robótica y saberlo comunicar adecuadamente. La pandemia ha hecho hacer más visibles aplicaciones de la robótica en servicios hospitalarios como el reparto de medicamentos, se han visto también robots con capacidades de tomar medidas y datos de pacientes, los robots de desinfección, etc. Dicho así es fácil de crear excesivas expectativas sino se hace un buen balance de su operatividad efectiva en condiciones reales, evaluando pros y contras. Las noticias periodísticas son tentadoramente sesgadas hacia una visión más positiva de lo que aporta la tecnología o de su estado de desarrollo en el momento que se cuenta. A la larga genera desencanto y desconcierto pues la gente no puede percibir bastante claramente la realidad, el alcance de la robótica del momento. Tenemos pues un doble reto, avanzar hacia robots más operativos, prácticos y asequibles ya la vez comunicarlo claramente, tener mucho cuidado de la comunicación científica.
Artículo publicado el 28 de octubre en la web de Fulls d’enginyeria